REFLEXIONES
Hablemos con prudencia y sabiduría, con gracias para con Dios y los hombres.
Hay una frase que dice:
“Nuestro mayor problema de comunicación es que, no escuchamos para entender, sino que escuchamos para contestar”.
Como hijos de Dios, deberíamos ser buenos comunicadores en todos los aspectos, desde las palabras que utilizamos al conversar hasta el tono de voz que le damos, esto, debe ir acompañado con un correcto lenguaje corporal, congruente al mensaje verbal.
Cuando en una conversación, escuchamos palabras que no se dijeron en una forma correcta, nuestras emociones, si no las controlamos, comienzan a tomar el control de nuestra comunicación y cierran nuestro canal auditivo para el procesamiento correcto de la información recibida, esto nos impide dar una respuesta prudente y sensata, lo cual provoca que respondamos casi de inmediato o interrumpamos la conversación para contestar dominado por las emociones.
La biblia nos da instrucciones de cómo demos entablar una buena conversación; Colosenses 4:6 dice que, nuestras conversaciones deben ser siempre con gracia, sazonadas con sal, para que sepamos cómo debemos responder a cada persona.
“Usen su inteligencia para tratar como se debe a los que no confían en Cristo. Aprovechen bien cada oportunidad que tengan de conversar con ellos. Hablen siempre de cosas buenas, díganlas de manera agradable, y piensen bien cómo se debe contestar a cada uno”. – Colosenses 4: 5-6 TLA
Esta conversación aplica de manera general, independientemente el parentesco que tengamos con las personas. La instrucción del cielo es clara y precisa, aquí no se vale el “Es que así soy yo”, «No tengo pelos en la lengua», «Digo las cosas como las pienso» o «Soy muy sincero».
El libro Mente, Carácter y Personalidad, cap. 62, dice:
“La voz y la lengua son dones de Dios, y si se las usa correctamente son un poder para Dios. Las palabras significan muchísimo. Pueden expresar amor, consagración, alabanza, melodía para Dios, u odio y venganza. Las palabras revelan los sentimientos del corazón; pueden ser un sabor de vida para vida o de muerte para muerte. La lengua es un mundo de bendición o un mundo de iniquidad”. —Comentario Bíblico Adventista 3:1177 (1896).
“Las palabras de los hombres expresan sus propios pensamientos humanos, pero las de Cristo son espíritu y son vida”.
Pasemos más tiempo con Cristo, imitando su personalidad y carácter, pidamos a Dios que ponga en nuestros labios las palabras correctas para poder hablar con sabiduría a cada persona con la que tratemos cada día, que sean una influencia positiva cada una de nuestras conversaciones.
DESTACADA
El jardín de tu mente
La mente es un jardín, y nuestros pensamientos son las semillas que sembramos en él. Si plantamos semillas de amor, compasión y autoaceptación, crecerá una hermosa flor de paz y serenidad. Pero si sembramos semillas de autocrítica, miedo y duda, crecerá una maleza de ansiedad y tristeza.
Cuida tu jardín mental con gentileza y compasión. Riega tus pensamientos con positividad y esperanza. Y recuerda que, al igual que un jardín necesita sol y lluvia, tú necesitas autocuidado y amor propio para florecer.
No te rindas si encuentras malezas en tu camino. Con suavidad y paciencia, arráncalas y vuelve a sembrar semillas de amor y luz. Tu mente es un jardín precioso, y merece ser cultivado con amor y cuidado.
«Cuida tu mente más que nada en el mundo, porque ella es fuente de vida».
REFLEXIONES
La viuda que dio todo y la lección que nos dejó de enseñanza.
Es interesante que este hecho, aparentemente tan insignificante, esté registrado en la biblia, y sobre todo la gran enseñanza que tiene para nuestros días. En la vida cristiana, ningún acto, aunque parezca sin valor o muy pequeño, pasa desapercibido ante los ojos de Dios.
«Estando Jesús sentado cerca del arca de la ofrenda, miraba como el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero esta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento».
– Marcos 12:41-44
Parecía un día normal, estaba Jesús sentado cerca del arca de las ofrendas, mirando a cada dador, no para juzgar la cantidad que daba, sino para enseñar a sus discípulos del significado de “dar”. El verbo “mirar” tiene un profundo significado, ya que este acto de mirar es observar detenidamente, analizar la devoción o actitud de la entrega en la ofrenda. Y muchos entraban y depositaban grandes cantidades. La biblia menciona que, Jesús dijo a sus discípulos, muchos de los que ofrendaban daban de los que les sobraba, lo cual quiere decir que, primeramente pusieron en primer lugar otros asuntos, gastaron en cosas y por último, de lo que quedó en sus bolsillos ofrendaron.
Pero hubo un caso en particular, un viuda, una persona que tal vez no tuvo hijos con su esposo, la biblia no lo registra. Esta viuda entró con cierta vergüenza y pena a depositar su ofrenda. Es probable que antes de entrar haya observado a su alrededor, a quienes iban por delante y depositaban grandes cantidades. Esto, es una suposición personal, por su mente, probablemente, pensó que para qué podía servir lo poco que daba, pero eso no fue motivo para no ofrendar. Muchas veces Satanás puede hacernos dudar que para qué servirá mucho o poco que damos, lo poco o mucho que hagamos al servicio de Dios, esa es su forma de trabajar, hacernos dudar.
Cuando Jesús vio la acción de la viuda, tomó nota y contó a sus discípulos lo que había visto, que a pesar que ofrendó dos blancas, o un cuadrante, que en aquellos tiempos era la moneda de más bajo valor, era la que más había depositado, ya que muchos dieron de lo que sobró, pero la viuda dio todo lo que tenía.
¿Qué nos enseña esta historia a nosotros hoy?
Que no es la cantidad de dinero que dieron lo importante, lo cual no quiere decir que no sea importante, sino la acción, la actitud con la que depositas parte de las bendiciones que recibes, que no hay egoísmo en el corazón al ofrendarle a Dios como un acto de agradecimiento.
Puede que des mucho y que lo hagas con regocijo, que no dudas en dar esa cantidad, que no antepones otros asuntos de por medio; o puede que des mucho, pero dudas al hacerlo, que te dolió desprenderte de esa cantidad, Dios no acepta ese tipo de ofrendas.
Hablando en términos NO monetarios.
No solo se ofrenda dinero, también ofrendamos nuestro tiempo, dones, talentos y la disposición a servir en las tareas que Dios nos ha encomendado. Hay personas que, reniegan de hacer algunas acciones en favor de la obra de Dios, tales como visitar al enfermo, llevar alimento o ropa al necesitado, etc. Las hacen solo si les queda tiempo o las hacen de mala gana, más por obligación que por el gusto de servir, y hay quienes hacen pequeñas cosas, pero con el gusto y el amor a servir a la causa de Dios.
Sea cual fuere la acción que hagamos, sea pequeña o grande, no hay nada que pase desapercibido ante los ojos de Dios, y de todo ello daremos cuenta.
Nunca te desanimes por lo poco o mucho que puedas hacer por otras personas, pues Dios se fija en el corazón que el tamaño de las acciones (1 Samuel 16:7).
«En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.» – Hechos 20:35
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